martes, 3 de julio de 2007

“Una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo; la rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos” (Pizarnik)


Alterar las cosas. Buscamos con la mirada, parecemos perdidos y lo estamos. Vamos por la calle mirando un no sé que. Nos vemos y observamos. Lo que nos falta es tiempo para pensar, pero la ciudad nos obliga a estar siempre apurados.
Todos buscamos algo. Nuestras mentes son callejones donde podemos hundirnos. Y a veces nuestros ojos pueden ver hacia allá.
El aire que nos rodea, nunca transparente, nos condiciona esa manera de ser.
Nos contaminamos con palabras que no definen ese sentimiento que tanto nos incomoda. Y a veces también nos conmueve. Esperamos cambiar. Todos. Algunos lo vuelven un hecho, otros sólo contemplan el sonido de la palabra.
Algo filoso nos inquieta.
Algo suave que quizás nos duerme.
Algo muy dulce que sabemos que no fastidia.
Algo perverso que no nos duele tanto.
Una imagen, un sonido, que arde en nuestros ojos.
Y un poquito de eso tiene la creación. Y nosotros. Y ellos.
Y la felicidad cuelga de una campana mientras grita que la liberen al posar desnuda en la puerta de nuestras almas.
Fotografías de distintos mundos encerrados en nosotros. Ahí donde están, quedarán. La bendición establece la captación de la realidad.
Es el tiempo lo que nos mortifica y nuestro deseo es crear un mundo ilusorio tan convincente como uno real.
Transfigurados por la ansiedad de ganarle al pasado, nos refugiamos en nuestra memoria y en su fiel reproducción.
Los sueños que alimentan nuestra imaginación nos hacen creer en una posible utopía. Las pesadillas que se desparraman en nuestro inconsciente nos hacen intolerantes.
La expresión es esa sensación de satisfacción que a veces nos envuelve. Y cuando por fin escupimos fragmentos de pensamientos, sentimos que nuestro corazón, nuestra alma, está expuesta a las frívolas miradas entrometidas.